A finales de los años 80, Perú era un país en caos económico, lleno de violencia política. El ingreso per cápita había caído más de 30 % con una hiperinflación de 2.200.000 % durante el período de Alán García.
En medio de este contexto se llega el momento de unas elecciones presidenciales y, con ello, el surgimiento de una propuesta liberal por parte del escrito Mario Vargas Llosa.
"Perú estaba a las puertas de una revolución comunista, pero pasó justamente lo contrario: desde abajo y desde la marginalidad el pueblo peruano desencadenaría una revolución capitalista sin precedentes en la historia latinoamericana. Para ello fue necesario el genio de Mario Vargas Llosa, la ilimitada inescrupulosidad de Alberto Fujimori y el talento emprendedor de millones de peruanos", expresó Mauricio Rojas, profesor adjunto en la Universidad de Lund en Suecia y miembro de la Junta Académica de la Fundación para el Progreso.
La clave estuvo en una revolución liberal que abriera la economía y activara el potencial emprendedor de los ciudadanos, "era la alternativa del capitalismo de los pobres y no el capitalismo cerrado y oligárquico del pasado".
Pero su propuesta no caló en los votantes y en junio de 1990 se impuso Alberto Fujimori, un dirigente cuyo mayor capital político era no tener un programa concreto y la promesa de no ejecutar cambios radicales, no obstante, esa última premisa no la cumplió, pues ejecutó un programa de estabilización inspirado en el plan del Premio Nobel en Literatura, por su puesto con un toque de violencia y autoritarismo, alejado de la sensibilidad social de Vargas Llosa.
"En 1991 se redujeron los gastos corrientes del Estado con un 27,7% en relación al año anterior mediante una férrea disciplina fiscal, la reducción de salarios y subsidios así como el incremento drástico de los precios de los bienes y servicios públicos" , escribió Rojas en un artículo publicado en elcato.org
Simultáneamente se eliminaron casi todas las trabas a la importación y los aranceles fueron reducidos considerablemente, se liberalizaron los mercados de bienes, servicios, capitales y trabajo, se eliminó una serie de instituciones estatales y, a partir de 1992, se llevó a cabo una amplia privatización de empresas públicas.
Esta estrategia logró una reducción significativa de la pobreza, una caída del PIB de 7,9 % en 1990 a 0,8 % en 1997 y un descenso vertiginoso de la inflación que pasó de 7.650% a 6,5%.
Lo negativo del asunto es que estos resultados llegaron con la mano férrea del fujimorismo que actuó de manera autoritaria, olvidando el lado social que defendía el proyecto original de Vargas Llosa.
"En resumen, la informalidad o el capitalismo de los pobres ha sido la gran solución, primero para sobrevivir los momentos críticos y luego para potenciar las fases de crecimiento, transformando la acumulación de capital, experiencia y conocimiento del sector informal en más trabajo", concluyó Rojas.