Con su mata de pelo negro, las camisetas de los equipos donde jugó y su facilidad para tocar el balón como si fuera una extremidad más de su cuerpo, pero también con las ambigüedades y las zonas de sombra de la biografía de cualquier ser humano, Diego Armando Maradona permanecerá en la memoria de varias generaciones de manera perenne. No fue un hombre de un solo perfil ni un tipo sin aristas, sino tumultuoso y extremo, reseñó el portal ABC.
Sus hazañas deportivas, que causaron admiración en todo el mundo, fueron acompañadas por un torrente de polémicas que nunca consiguieron apagar del todo el brillo de su éxito profesional. Sus preferencias políticas, con su admiración por Hugo Chávez o Fidel Castro, formaron parte de ese registro de elecciones que su público siempre separó de la estrella.
A lo largo de los años, Maradona dio prueba de esas filias por los regímenes de Venezuela y Cuba, que no siempre compartieron sus seguidores. Los ejemplos fueron abundantes.
El mismo día que Juan Guaidó, el presidente interino de Venezuela, tomó posesión de su cargo, en enero de 2019, Maradona manifestó su respaldo sin fisuras a Nicolás Maduro. Su actitud no era novedosa ni inesperada. Desde tiempos de Hugo Chávez, con quien mantuvo una fluida relación, el argentino demostró su simpatía por el chavismo. En agosto de 2017, publicó unas palabras que no dejaban asomo de dudas: “Somos chavistas hasta la muerte. Y cuando Maduro ordene, estoy vestido de soldado para una Venezuela libre, para pelear contra el imperialismo y los que se quieren apoderar de nuestras banderas, que es lo más sagrado que tenemos”, escribió en su perfil de Facebook.
Con un recorrido de varias décadas, su relación con Fidel Castro comenzó en 1987 y se fortaleció con el tiempo. El dictador cubano, que era un gran aficionado a los deportes, entabló una amistad excelente y estrecha con el futbolista, que decía que había sido como su «segundo padre», llegando a tatuarse su cara y la del «Che» Guevara. “Yo viví cuatro años en Cuba y Fidel me llamaba a las dos de la mañana para hablar de política, o de deporte, o de lo que se diera en el mundo, y yo estaba dispuesto para hablar”, confesó Maradona poco después de la muerte del revolucionario de Sierra Maestra, al que siempre se refirió con cariño.
En el año 2000, cuando su adicción a la cocaína le arrojó a los pies de la muerte, Maradona ingresó en la clínica de desintoxicación de La Pradera, en La Habana, un acontecimiento que el régimen vivió como un éxito propagandístico. En contra de lo que se podía esperar, lo cierto es que el paso del futbolista por la isla no fue la etapa de reposo y esfuerzo de un hombre decidido a abandonar las drogas.
Durante ese tiempo, con sus correrías silenciadas por las autoridades castristas, entre accidentes de coche y peleas con enfermeros, protagonizó numerosos incidentes, sin lograr mejorar su estado de salud. ABC