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DeSantis: El Adalid del Fascismo

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(Photo by Jabin Botsford/The Washington Post via Getty Images)|Imagen Cortesía

El republicano Ron DeSantis y los regímenes cubano, ruso y venezolano parecen coincidir en el hecho de usar personas como carne de cañón para lograr sus propósitos fascistas.

Los venezolanos que se vieron forzados a salir de su país y buscan asilo en Estados Unidos son personas de carne y hueso, exiliados que esperan la solidaridad del pueblo americano. Son familias, niños, mujeres, ancianos y jóvenes que huyen de la represión y las penurias económicas impuestas por la dictadura cubano-socialista en Venezuela.

Aprovecharse de la vulnerabilidad de 48 inmigrantes reclutados bajo engaño en San Antonio (Texas) para reubicarlos de manera fraudulenta e irresponsable con dinero de los contribuyentes como parte de la estrategia propagandística republicana y personal de Ron DeSantis es una acción vil y de baja monta, comparable a la forma criminal en que el régimen de Bielorrusia amenaza a la Unión Europea enviando intencionalmente olas de refugiados a Polonia.

Rachel Self, una abogada especializada en migración que realizó entrevistas en profundidad con los migrantes ubicados en Martha’s Vineyard, le dijo a la prensa que, antes de ser trasladadas, a estas personas les habían prometido trabajo y vivienda al llegar a su destino, y que sus testimonios «dejan claro que fueron engañadas una y otra vez e inducidas fraudulentamente a abordar los aviones».

Durante el nazismo, se comenzo engañando a millones de seres humanos, exterminando judíos polacos e italianos en las cámaras gas en los campos de exterminio de Belzec, Sobibor, Treblinka, y Auschwitz. Para Hitler, el antisemitismo justificaba el engaño. DeSantis lo justifica con los inmigrantes.

El gobernador de Florida intenta legitimar el fascismo como forma de gobierno, pero este es opuesto al espíritu americano de libertad. DeSantis debiera saber que Estados Unidos se ha hecho fuerte con el trabajo duro de los inmigrantes.

El pueblo americano conoce la conducta republicana antiinmigración: niños cautivos en retenes, familias fragmentadas, víctimas castigadas y culpabilizadas por huir de regímenes comunistas. DeSantis está explotando la tragedia para obtener beneficios político-electorales con la provocación y el escándalo. Es su forma de propaganda sucia.

Tanto los venezolanos llevados a Martha’s Vineyard desde Florida como los trasladados anteriormente a Washington por Greg Abbott, gobernador de Texas, fueron engañados con incentivos fraudulentos, manipulados y reclutados como conejillos de Indias para alimentar artificiosamente una crisis migratoria en los estados con gobiernos demócratas.

Artimañas propagandísticas como las de DeSantis y Abbott nada resuelven del complejo tema de la inmigración. Al contrario, muestran un total desprecio por los inmigrantes y una mala administración de los impuestos de los ciudadanos. Las acciones de estos gobernadores son claras demostraciones de abuso del poder, odio, intolerancia, racismo y xenofobia disfrazados de críticas a las políticas migratorias de Biden.

Si a los republicanos no les gustan las leyes migratorias vigentes, deben intentar cambiarlas a través del Congreso, no saltárselas para hacer un circo. Mientras tanto, la inmigración es competencia del Gobierno Federal: sabemos que hay que regular la afluencia de inmigrantes ordenada y responsablemente, con respeto a las normas y procedimientos. También sabemos que los inmigrantes son una fuerza de trabajo importante para América; prueba de ello es su incorporación a la recuperación del estado de Florida tras el paso del huracán Ian.

Los inmigrantes, particularmente los venezolanos, han sufrido múltiples formas de violencia política, psicológica, económica, emocional y física antes de cruzar nuestras fronteras, pues durante años han sido víctimas del abuso del poder dictatorial y la represión militar. Tanto ellos como nosotros esperamos de esta gran nación democrática un trato digno y justo.

Somos una nación grande y poderosa. La democracia es la base de nuestra fuerza. No dejemos que se convierta en fascismo.

 

Por: José Aristimuño

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